jueves, 30 de agosto de 2018


   En aquella noche tan clara juraría que cambiamos la historia. ¿Recuerdas cuando todo era sencillo? Fumar un rato en la puerta de un bar cualquiera. Un paseo por nuestros lugares comunes, un abrazo y tus ojos transparentes.
  

   Yo no me di cuenta hasta que la noche nos iluminó con su mirada engañosa, lanzó una moneda al aire y según salía la cruz nos descubrimos ahí. Fue entonces cuando desaparecieron todas las cosas de este mundo y del siguiente.También desaparecieron los relojes y los segundos traicioneros hasta que el sol descendió para hundirnos con él.

  Y desde entonces escribirte en cada silencio, que tú tienes la razón que a mí me falta en las ganas que me sobran. Que quiero pasarme la vida sin que entiendas ni una palabra de lo que digo porque hay cosas que no hace falta entender. Que se saben en cada juego de sonrisas.
Estabas ahí. Tú y tus debates de cualquier cosa. Tus amigos y los míos.
Como algo casi mágico y esa historia sobre los árboles que te impiden ver el bosque.

  Y cómo te explico que no quiero nada de tí, que lo único que quiero es que llegue un viernes corriente con tu espalda a lo lejos y tu mirada tranquila. Tu mano sobre mi hombro y entonces todo va bien. Porque las cosas que buscan su curso no necesariante encuentran su camino. Quizás hasta  por eso se precipite su fin.

   Pero cómo te digo que lo que pasa es que no espero nada. No es que esté muerta, ni bloqueada ni risueña, ni enamorada. Tampoco todo a la vez.

  No hacía falta entender nada cuando todo era más fácil.