miércoles, 14 de noviembre de 2018

La Luna


Lo invisible.
Trágico, magnético. Y allí estaba.
Apoyó un pié en el suelo y lo supo.
Porque las cosas que no se ven, casi siempre suelen estar.
Latente, como un susurro o un zumbido. Tratar de jugar a ser ciego es inútil cuando la claridad se asoma.

Ella tenía un don y lo sabía. Desde siempre lo supo. A veces las paredes, los tonos, las voces, le contaban secretos que no estaban expuestos a viva voz. Y se concentraba mucho, si trabajaba, los descubría.

Durante un tiempo dudó. Se convenció a sí misma de que eran proyecciones del subconsciente al exterior, que veía lo que quería ver y provocaba su terrible ascenso a los cielos y de nuevo la luz la impactaba contra el suelo. Sin embargo últimamente, de tanto buscar entre las baldosas algo había cambiado. Podía hacer que sucedieran algunas cosas pequeñas, mínimas, que abrían puertas a decisiones, encuentros o pequeñas frases que provocaban un cambio en el exterior.

“¿Cual es nuestra de cambiar el mundo si no más que a través de nuestras proyecciones?”
Desde que se lo preguntó. No había manera de pararlo.

Al fin y al cabo, nuestras huellas son sólo las marcas que van dejando esos pasos a veces tan certeros que vamos dando.