miércoles, 25 de julio de 2018

Querido Extraño:
Yo no sé quien eres, sólo sé que vives en Maracena, un pueblo de Granada. No sé si eres hombre, o mujer. Igual eres un adolescente, “amante de los animales” a quién unos padres inmisericordes no le enseñaron lo que era responsabilidad.
Quizás una madre o un padre que ha consentido demasiado a sus hijos e imaginó que compraba un juguete, y una vez dejó de serle útil, lo dejó donde ya no pudiera molestar.
Querido Extraño, yo la quería ¿sabes? La miraba jugar distraída, y me hacía sonreír. Sólo conocía lo peor del ser humano y aun así confiaba en mí. Me hacía sentir más jodidamente especial que cualquier persona que haya conocido.
Y tú, tú la condenaste a la soledad, abandonaste a un bebé que apenas se sostenía, la dejaste allí como uno más de los deshechos que cada día consumes. Me has hecho añicos el corazón.
Eres el terrible monstruo del desencanto.
Ella no te odiaba, porque era un ángel y los ángeles no se ocupan de asuntos mundanos.
Pero yo sí que te odio.
Y ojalá sientas mi rencor clavado en el pecho como yo voy a sentir su ausencia.
Lo que no sabes es que dejándola atrás lo has perdido todo, te has perdido conocer a alguien especial que llenaría tu triste universo de más amor del que puedas imaginar.
No sabes lo bello que hubiera sido verla crecer y conocer sus ganas de vivir, reírte de sus enormes orejas y sus traspiés , de sus ganas de comerse el mundo y de llenar el tuyo de alegría. No la has visto saltar como yo la ví, no verás sus ojos de ébano buscándote cuando piensa que te marchas, ni brincar de alegría cuando te vea volver.
Y te deseo un infierno de pena, la tristeza de una habitación vacía.
No te mereces ni un sólo segundo de los que has pasado con ella.

viernes, 13 de julio de 2018

Uno de tus libros se tiene que acordar de mí.


Hacía sol aquella mañana, aunque era primavera se entreveían las motas de polvo por entre los rayos que se filtraban entre los cristales de la biblioteca. Puede que haga un año. Quizá.
Un compañero miraba un libro distraído a la hora fumar:  “El sentimiento trágico en la historia de no-se-qué”. Y yo, tan filósofa, me puse a mirarlo enrarecida.

Un buen rato estuve colándome entre sus páginas. Disfrutando de lo que en potencia podría ir aprendiendo, mirando de soslayo a Raúl y comentando chorradas un rato más. Hora de entrar.

Rato de estudio y de nuevo descanso, y yo con el libro, leyendo de poco a poco su realidad viva pero inerte. Y entre sus páginas densas, sabiendo que tocaría devolverlo en un rato. Siempre me han gustado las frases subrayadas con lápiz y las muescas en las esquinas porque datan la historia de una historia leída, importante. Un buen texto será subrayado o no será. Y mi propio lápiz dio buena cuenta de mi interés.
Así que yo, perdida entre las líneas trabajadas con grafito comente: -Tiene muy buena pinta ¿De qué asignatura es?
Entonces Raúl me miró con esa cara tan suya que yo nunca interpreto, porque a mí me parece que él sabe más cosas de las que sabe. No sé si me explico. -No se, es de Fede.

Lo cerré. Lo devolví. Otra vez la pesadumbre de pasarme la vida  buscando una sonrisa como la tuya, la vida en un instante que debía ser sólo para mí.

Tan así estuvo la cosa que fui a perderte a parís. Que dejé de escribir entre líneas y entre el buscarte sin querer me defendí del auxilio con uñas y dientes y un vocabulario poco útil. Me comí un caramelo de limón y me hice tan mayor que no pude soportarlo.


Resultó que tu libro no era de la biblioteca. Ni de Raúl. Tampoco mío y menos mal que ya se me olvidó el nombre. Esta fue la forma en que una mañana nos volvió a conectar el tiempo, después  de tanto rato evitando tu cara y mis ganas de saludar. Aunque sólo sea por tu sonrisa o aquella noche tan especial que a veces siento que no terminó nunca. ¿Dónde estarás ahora? Porque te imagino perdido en tu infancia de flores secas a pesar de tu incipiente calvicie. Con la de cosas que tienes que enseñarme y la de cosas que tendríamos que hablar. Empezando por tu libro, y esa marca en la página 73.