sábado, 8 de diciembre de 2018

Impronta Oral

Los nuevos derroteros de la lingüística proponen eliminar los desusados términos de codificación/descodificación y restaurarlos por las nomenclaturas de ostensión e intensión -perdón de antemano por el tecnicismo, no es una cuestión personal, resulta que se llaman así-.El caso viene dado por que cuando se aúnan equívocos tanto en la ostensión de significado como en la capacidad de comprender la intensión que pretende imprimir el otro, el asunto se nos vuelve un tanto obtuso, se confunden el tocino con la velocidad y se acaba haciendo el ridículo en la casa del vecino en el mejor de los mundos posibles. Al parecer tengo cruzado el circuito de la ostensión porque juraría que de un tiempo a esta parte no entiendo nada, lo que me convierte, evidentemente en una suerte de raíl vertiginoso, que oscila entre lo aburrido y lo temerario.

Caleidoscopio


Imaginarte es como jugar a las adivinanzas en un caleidoscopio.


Los colores giran, se abrigan y se superponen.
El tono, amarillo, 
desentona la presencia moteada
magnetizada con el sonido de tu voz.

Y en cada nuevo giro, una tempestad me sacude.
la inmediatez ganó la batalla a ciegas de la perspicacia 
y alude, 
a sonetos imantados de ese azul arrebolado 
que tiembla en cada paso que voy dando hacia las sábanas de raso, 

donde te espero
por si acaso.

Giran el mercurio y la arena, 
marioneta de sirenas que quieren varar en tu espalda.
Giran azules, inmanentes, las distancias para verte
con un revés de la suerte si te amenaza el devenir.

Mientras tanto, en cada giro, la luna tiene sentido
porque te espero al abrigo
de una mañana de Abril.



miércoles, 14 de noviembre de 2018

La Luna


Lo invisible.
Trágico, magnético. Y allí estaba.
Apoyó un pié en el suelo y lo supo.
Porque las cosas que no se ven, casi siempre suelen estar.
Latente, como un susurro o un zumbido. Tratar de jugar a ser ciego es inútil cuando la claridad se asoma.

Ella tenía un don y lo sabía. Desde siempre lo supo. A veces las paredes, los tonos, las voces, le contaban secretos que no estaban expuestos a viva voz. Y se concentraba mucho, si trabajaba, los descubría.

Durante un tiempo dudó. Se convenció a sí misma de que eran proyecciones del subconsciente al exterior, que veía lo que quería ver y provocaba su terrible ascenso a los cielos y de nuevo la luz la impactaba contra el suelo. Sin embargo últimamente, de tanto buscar entre las baldosas algo había cambiado. Podía hacer que sucedieran algunas cosas pequeñas, mínimas, que abrían puertas a decisiones, encuentros o pequeñas frases que provocaban un cambio en el exterior.

“¿Cual es nuestra de cambiar el mundo si no más que a través de nuestras proyecciones?”
Desde que se lo preguntó. No había manera de pararlo.

Al fin y al cabo, nuestras huellas son sólo las marcas que van dejando esos pasos a veces tan certeros que vamos dando.

jueves, 30 de agosto de 2018


   En aquella noche tan clara juraría que cambiamos la historia. ¿Recuerdas cuando todo era sencillo? Fumar un rato en la puerta de un bar cualquiera. Un paseo por nuestros lugares comunes, un abrazo y tus ojos transparentes.
  

   Yo no me di cuenta hasta que la noche nos iluminó con su mirada engañosa, lanzó una moneda al aire y según salía la cruz nos descubrimos ahí. Fue entonces cuando desaparecieron todas las cosas de este mundo y del siguiente.También desaparecieron los relojes y los segundos traicioneros hasta que el sol descendió para hundirnos con él.

  Y desde entonces escribirte en cada silencio, que tú tienes la razón que a mí me falta en las ganas que me sobran. Que quiero pasarme la vida sin que entiendas ni una palabra de lo que digo porque hay cosas que no hace falta entender. Que se saben en cada juego de sonrisas.
Estabas ahí. Tú y tus debates de cualquier cosa. Tus amigos y los míos.
Como algo casi mágico y esa historia sobre los árboles que te impiden ver el bosque.

  Y cómo te explico que no quiero nada de tí, que lo único que quiero es que llegue un viernes corriente con tu espalda a lo lejos y tu mirada tranquila. Tu mano sobre mi hombro y entonces todo va bien. Porque las cosas que buscan su curso no necesariante encuentran su camino. Quizás hasta  por eso se precipite su fin.

   Pero cómo te digo que lo que pasa es que no espero nada. No es que esté muerta, ni bloqueada ni risueña, ni enamorada. Tampoco todo a la vez.

  No hacía falta entender nada cuando todo era más fácil.

miércoles, 25 de julio de 2018

Querido Extraño:
Yo no sé quien eres, sólo sé que vives en Maracena, un pueblo de Granada. No sé si eres hombre, o mujer. Igual eres un adolescente, “amante de los animales” a quién unos padres inmisericordes no le enseñaron lo que era responsabilidad.
Quizás una madre o un padre que ha consentido demasiado a sus hijos e imaginó que compraba un juguete, y una vez dejó de serle útil, lo dejó donde ya no pudiera molestar.
Querido Extraño, yo la quería ¿sabes? La miraba jugar distraída, y me hacía sonreír. Sólo conocía lo peor del ser humano y aun así confiaba en mí. Me hacía sentir más jodidamente especial que cualquier persona que haya conocido.
Y tú, tú la condenaste a la soledad, abandonaste a un bebé que apenas se sostenía, la dejaste allí como uno más de los deshechos que cada día consumes. Me has hecho añicos el corazón.
Eres el terrible monstruo del desencanto.
Ella no te odiaba, porque era un ángel y los ángeles no se ocupan de asuntos mundanos.
Pero yo sí que te odio.
Y ojalá sientas mi rencor clavado en el pecho como yo voy a sentir su ausencia.
Lo que no sabes es que dejándola atrás lo has perdido todo, te has perdido conocer a alguien especial que llenaría tu triste universo de más amor del que puedas imaginar.
No sabes lo bello que hubiera sido verla crecer y conocer sus ganas de vivir, reírte de sus enormes orejas y sus traspiés , de sus ganas de comerse el mundo y de llenar el tuyo de alegría. No la has visto saltar como yo la ví, no verás sus ojos de ébano buscándote cuando piensa que te marchas, ni brincar de alegría cuando te vea volver.
Y te deseo un infierno de pena, la tristeza de una habitación vacía.
No te mereces ni un sólo segundo de los que has pasado con ella.

viernes, 13 de julio de 2018

Uno de tus libros se tiene que acordar de mí.


Hacía sol aquella mañana, aunque era primavera se entreveían las motas de polvo por entre los rayos que se filtraban entre los cristales de la biblioteca. Puede que haga un año. Quizá.
Un compañero miraba un libro distraído a la hora fumar:  “El sentimiento trágico en la historia de no-se-qué”. Y yo, tan filósofa, me puse a mirarlo enrarecida.

Un buen rato estuve colándome entre sus páginas. Disfrutando de lo que en potencia podría ir aprendiendo, mirando de soslayo a Raúl y comentando chorradas un rato más. Hora de entrar.

Rato de estudio y de nuevo descanso, y yo con el libro, leyendo de poco a poco su realidad viva pero inerte. Y entre sus páginas densas, sabiendo que tocaría devolverlo en un rato. Siempre me han gustado las frases subrayadas con lápiz y las muescas en las esquinas porque datan la historia de una historia leída, importante. Un buen texto será subrayado o no será. Y mi propio lápiz dio buena cuenta de mi interés.
Así que yo, perdida entre las líneas trabajadas con grafito comente: -Tiene muy buena pinta ¿De qué asignatura es?
Entonces Raúl me miró con esa cara tan suya que yo nunca interpreto, porque a mí me parece que él sabe más cosas de las que sabe. No sé si me explico. -No se, es de Fede.

Lo cerré. Lo devolví. Otra vez la pesadumbre de pasarme la vida  buscando una sonrisa como la tuya, la vida en un instante que debía ser sólo para mí.

Tan así estuvo la cosa que fui a perderte a parís. Que dejé de escribir entre líneas y entre el buscarte sin querer me defendí del auxilio con uñas y dientes y un vocabulario poco útil. Me comí un caramelo de limón y me hice tan mayor que no pude soportarlo.


Resultó que tu libro no era de la biblioteca. Ni de Raúl. Tampoco mío y menos mal que ya se me olvidó el nombre. Esta fue la forma en que una mañana nos volvió a conectar el tiempo, después  de tanto rato evitando tu cara y mis ganas de saludar. Aunque sólo sea por tu sonrisa o aquella noche tan especial que a veces siento que no terminó nunca. ¿Dónde estarás ahora? Porque te imagino perdido en tu infancia de flores secas a pesar de tu incipiente calvicie. Con la de cosas que tienes que enseñarme y la de cosas que tendríamos que hablar. Empezando por tu libro, y esa marca en la página 73.