lunes, 19 de abril de 2010

Aquellos que escriben y quieren dejar de hacerlo.

El día en el que se deje de escribir se eliminarán muchos de los conflictos inherentes al sentimiento. Ya que, por lo menos, en lo que a mi respecta dejar de escribir se relaciona irremediablemente con el defecto de toda creatividad, por eso dejar de escribir, bien podría ser la consecuencia inmediata a dejar de sentir en exceso.
Cesar el flujo de la emoción acabará con los restos de tintas de las manos corruptas por la imaginación y el desamparo.
La racionalización no es sinónimo de decadencia de espíritu sino todo lo contrario dado que un aumento de devaneo nos conduciría irremediablemente por derroteros nada apetecibles como las espectativas de cara a un futuro que no llega, y de por no llegar exaspera y anhega con el agua al cuello de esperanzas o ese eterno correr, huidizo de la realidad recalcitrante que se empeña en jugar perseguirte y absolutamente nada modifica cuando consigue, en su empeño, alcanzarte.
Para todos aquellos que escriben y quieren dejar de hacerlo tampoco habría de ser una constante la espontaneidad que siempre acarrea a posteriori fatales consecuencias tales como el arrepentimiento y la flagelación del espíritu.
No creo que pueda darse un término medio para el buen sentir y tomo por solución la única que considero como plausible: La abolición de toda emoción en favor de una felicidad a medias.
Proclamaremos entonces una casi-victoria, porque habremos aprendido a asumir la derrota.

domingo, 18 de abril de 2010

Capotes y Domingos

Se viste color amarillo terrizo la sensibilidad ajena, allí donde los rostros embelesados se desgastan con la erosión propia de esa maga, la rutina, que hornea caras con sabor a incompletud y desesperanza.
Amarillos también los ojos del luchador, traje de luces y farolillos reclamando una atención inmerecida, despistando videntes con porte de falso gladiador que se sabe vencedor de la contienda antes del comienzo de la misma porque un conjunto de emociones disonantes -poder,sufrimiento e indulto- le insta a obnubilarse con el rojo crepuscular compendio propio de las drogas el miedo y la hiel que anidad en las entrañas del imputado, condenado ya para siempre en el simbolismo característico de figuritas toledanas y emblema - Negro,azabache,negro- de pais decadente ahogado su propia miseria de capotes y domingos.
Aburrido el pueblo reclama estocadas y banderillas.
Contundente, lacerante el acero que penetra, llamando sangre a la sangre, desgarrando, piel arterias y músculos que se tensan ante la amenaza de saberse envestidos y próximamente aniquilados.
Una vez cae al suelo abatido por pinceladas polvorientas de arena amarilla que como sal se incrusta en lacrimales ciegos de ira e impotencia, redoblan tambores y resuenan las trompetas con sabor a victoria y virtud españolas.
Y entoces, solo entonces, cae la losa del silencio en favor de la espera de un nuevo espectáculo.

martes, 6 de abril de 2010

Cinco días...

Curioso elemento el tiempo, que deforma la óptica con el fusil de la memoria para que el individuo elimine frustraciones ante próximas expectativas.
Y no hablo ya de recuerdos o de condenas al olvido sino de metarmofosis que empieza a hilvanarse a raíz del último segundo de una acción relevante por sí misma.
Por eso me atreví a escribir - y quien dice escribir bien puede decir besar o despragmatizar- esta noche, para recordar porqué quise tatuarte una lágrima en la espalda o porqué tu inocencia - a saber si fingida- me era tan familiar como el clásico reflejo a través del cristal de una cara conocida, aquella que la luz deforma pero en cuestión de milésimas acabas reconociendo como propia.
Esa, tu despreocupación reflejada decidió desvincularse de mi baraja de actitudes una tarde de Diciembre y desde entonces no la he vuelto a ver.
Pero si pudiese, hubiese sido despreocupada contigo.
Créeme que quise arrojarme al vacío y aplicar a las circunstancias todo aquello de ser valiente y eccéteras.
Apenas pude verte a media luz porque solo alcanzaba a ver fracaso, otra derrota de tantas que se fundirá tras los kilómetros del asfalto y se mimetizará posteriormente con el eterno quizás que alega toda esperanza.
De nuevo el tiempo tira los dados y olor de tu pelo ha desaparecido en lo que tardé en escribir estas últimas tres frases para pasar a ser ciudad o sexo o Nietzsche.
Nada queda ya del brillo de tus ojos o de tu sonrisa de niño, te perderás en el laberinto de mi cerebro como otras tantas tarde de Otoño.
Es entonces cuando el miedo gana nuestra partida porque no atiende a razones y se nutre del dolor de lo que puede llegar a ser.
Le daré la mano al Tiempo, para no tener que imaginarte..
...para no tener que soñar.