martes, 6 de abril de 2010

Cinco días...

Curioso elemento el tiempo, que deforma la óptica con el fusil de la memoria para que el individuo elimine frustraciones ante próximas expectativas.
Y no hablo ya de recuerdos o de condenas al olvido sino de metarmofosis que empieza a hilvanarse a raíz del último segundo de una acción relevante por sí misma.
Por eso me atreví a escribir - y quien dice escribir bien puede decir besar o despragmatizar- esta noche, para recordar porqué quise tatuarte una lágrima en la espalda o porqué tu inocencia - a saber si fingida- me era tan familiar como el clásico reflejo a través del cristal de una cara conocida, aquella que la luz deforma pero en cuestión de milésimas acabas reconociendo como propia.
Esa, tu despreocupación reflejada decidió desvincularse de mi baraja de actitudes una tarde de Diciembre y desde entonces no la he vuelto a ver.
Pero si pudiese, hubiese sido despreocupada contigo.
Créeme que quise arrojarme al vacío y aplicar a las circunstancias todo aquello de ser valiente y eccéteras.
Apenas pude verte a media luz porque solo alcanzaba a ver fracaso, otra derrota de tantas que se fundirá tras los kilómetros del asfalto y se mimetizará posteriormente con el eterno quizás que alega toda esperanza.
De nuevo el tiempo tira los dados y olor de tu pelo ha desaparecido en lo que tardé en escribir estas últimas tres frases para pasar a ser ciudad o sexo o Nietzsche.
Nada queda ya del brillo de tus ojos o de tu sonrisa de niño, te perderás en el laberinto de mi cerebro como otras tantas tarde de Otoño.
Es entonces cuando el miedo gana nuestra partida porque no atiende a razones y se nutre del dolor de lo que puede llegar a ser.
Le daré la mano al Tiempo, para no tener que imaginarte..
...para no tener que soñar.

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