jueves, 17 de febrero de 2011

Manual para despertarte.

Tú, alma que puebla aquel mundo finito que percibe mi consciencia lasciva y recalcitrante.
Tú, Febrero de otoño, arcoiris opaco, que más que vivir malvive, más que genética, geriatrico.
Geriátrico por el olvido, memoria del devenir,
de obviar la insulsa esencia que atrás van dejando tus pasos desnudos en las hojas del mediodía.
Insulsa por la atracción de contrarios y los desconchados de la pared.
Manchado queda el mundo con tu rutina desafiante, con tu aburrimiento perfumado.
Sucia la risa, embarrado el cimiento, desintoxicado de alcohol, de palabras, de celos, de ira, de nada.
¿Qué clase de paz anelas que ni en el exilio puedo alcancarte?
¿ En que clase de irrelevancia, de ignorancia se refugia aquello que estás buscando?
Siempre te quedará lo demás,
lo demás,
lo de menos.
¿Qué harás?
¿Qué harás, entonces cuando la mancha se extienda hacia el ártico, sea tu cerebro un borrón y ella todo tizne, sacralizado y sacrílego?
-manifiestamente presente, manifiestamente manchada-
¡Aprende necio! que así es como se entierra a los muertos,
bien abajo, bien al fondo, que la misma pereza de grava y musgo juegue con la idea para no desenterrarlos jamás.
Que sea el mismo necio, cadaver ya,
quien se remueva en la tumba hasta la fortaleza de la superficie.
Así calando el rocío, el frío en los huesos y el miedo en las entrañas,
Para sentirse, irremediablemente, inevitablemente, irreductiblemente solo.
Así es como se entierra un muerto.

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