La noche en que mis dedos se convirtieron en el cancerbero de tus
recuerdos escritos entre las tapas de una carpeta maleducadamente amarilla,
supe, que sin venir mucho a cuento, empezabas a formar parte de mí y yo,
comencé a pensarme arrojándome al mundo contigo.
Me dejé embaucar por la curiosidad, e ilusa, te desnudé despacio imponiéndole a mis ojos la condición de
inexpertos para no atreverme si quiera a diseccionar, a manchar aquellas
metáforas que forjaron el nexo entre tú
y tu mundo de carpetas amarillas.
Según leía y diferenciaba llegó, en el segundo exacto, la responsabilidad.
La certitud de conocer sentimientos, de
leer entre líneas, y de jugar a adivinar
aquello que tus ojos ocultan me hizo responsable del arma de doble filo que
descansaba en mis manos. Tu transparencia
y tu impaciencia, imagino que
entonces desentendida, se impregnaba en cada gota de tinta en el papel. Pude
oler tus miedos mientras escribías sobre
el peso de lo efímero del instante, y ver como pretendías agarrar la realidad
mientras se te escapaba el amor como granos de arena entre los dedos. Y no
quise ser partícipe de esa búsqueda tan loca entre los parques y los te quieros
tras las esquinas.
Conmocionada, tu búsqueda se hizo mía, y la Ira se me coló con la piel de
gallina que anidaba en mi espalda. El baile de nombres entre tus textos oprimía
mi garganta hasta hacerla enloquecer, hasta sentirme una más de tus muñecas
descosidas en la ambigüedad de tu esencia frente a tu existencia de dicotomías, escondidas bajo los anhelos de
ese pecho, con el que voy soñando un poco más a cada noche que pasa.
Desear que la ausencia me haga especial, comportarme como una cobarde,
esconderme bajo la cama y huir hasta
perderme en el laberinto de tu buena memoria queriendo que nunca escribas para
mí, y para que mi nombre no se mencione
en el contigo de tu ayer quiero transformarme
en tu secreto más cobarde, tu
bandera, tu cuerda floja, y tu realidad en la eternidad del presente, construyéndolo
cada día como el último, como el único, un pasaporte a sublimación del hoy, despacio, con la perenne seguridad de lo
inmediato a cada nuevo instante.
Enfadada por que mi literatura se desgasta mientras escribo dejando a un lado la seguridad de hablar en
abstracto, me desnudo en primera
persona y tratando, como tú, de retener el momento en
el que vivimos, a pesar del aburrimiento y de las rutinas con las que me quiero
emborrachar a tu lado.
Pero te veo crecer entre letras, me aferro a mi armadura despegada, y me quito
la coraza para armarme de prudencia. Sin
pensar en la segunda parte con la que colorearás el tapiz deshilachado que
intuyes en mi vida. Y prometo que algún
día dejaré de ocultarme tras las letras de una carta perdida entre tus folios
para mirarte a los ojos y pensar en lo que siento. Dejaré de ir de vuelta y
media por la vida tratando de desconcertarte mientras reprimo un abrazo en la
cama.
Imitaré tus trasparencia, infundiéndome valor
para aniquilar a esa niña
asustada que finge ser madura para su edad, y me dejaré ser, para existir, si me dejas, contigo.
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