sábado, 20 de octubre de 2012

¡Salta!

La noche en que mis dedos se convirtieron en el cancerbero de tus recuerdos escritos entre las tapas de una carpeta maleducadamente amarilla, supe, que sin venir mucho a cuento, empezabas a formar parte de mí y yo, comencé a pensarme arrojándome al mundo contigo.
Me dejé embaucar por la curiosidad, e ilusa, te desnudé despacio  imponiéndole a mis ojos la condición de inexpertos para no atreverme si quiera a diseccionar, a manchar aquellas metáforas que forjaron el nexo entre  tú y tu mundo de carpetas amarillas.

Según leía y diferenciaba llegó, en el segundo exacto, la responsabilidad.
La certitud de conocer sentimientos,  de leer entre líneas, y de jugar a  adivinar aquello que tus ojos ocultan me hizo responsable del arma de doble filo que descansaba en mis manos. Tu transparencia  y tu  impaciencia, imagino que entonces desentendida, se impregnaba en cada gota de tinta en el papel. Pude oler tus miedos  mientras escribías sobre el peso de lo efímero del instante, y ver como pretendías agarrar la realidad mientras se te escapaba el amor como granos de arena entre los dedos. Y no quise ser partícipe de esa búsqueda tan loca entre los parques y los te quieros tras las esquinas.

Conmocionada, tu búsqueda se hizo mía, y la Ira se me coló con la piel de gallina que anidaba en mi espalda. El baile de nombres entre tus textos oprimía mi garganta hasta hacerla enloquecer, hasta sentirme una más de tus muñecas descosidas en la ambigüedad de tu esencia frente a tu existencia  de dicotomías, escondidas bajo los anhelos de ese pecho, con el que voy soñando un poco más a cada noche que pasa.
Desear que la ausencia me haga especial, comportarme como una cobarde, esconderme  bajo la cama y huir hasta perderme en el laberinto de tu buena memoria queriendo que nunca escribas para mí,  y para que mi nombre no se mencione en el contigo de tu ayer quiero transformarme  en  tu secreto más cobarde, tu bandera,  tu cuerda floja, y  tu realidad en  la eternidad del presente, construyéndolo cada día como el último, como el único, un pasaporte  a sublimación del hoy,  despacio, con la perenne seguridad de lo inmediato a cada nuevo instante.
Enfadada por que mi literatura se desgasta mientras escribo dejando a  un lado la seguridad de hablar en abstracto,  me desnudo en primera persona  y  tratando, como tú, de retener el momento en el que vivimos, a pesar del aburrimiento y de las rutinas con las que me quiero emborrachar a tu lado.

Pero te veo crecer entre letras, me aferro a mi armadura despegada, y me quito la coraza para armarme de prudencia.  Sin pensar en la segunda parte con la que colorearás el tapiz deshilachado que intuyes en mi vida.  Y prometo que algún día dejaré de ocultarme tras las letras de una carta perdida entre tus folios para mirarte a los ojos y pensar en lo que siento. Dejaré de ir de vuelta y media por la vida tratando de desconcertarte mientras reprimo un abrazo en la cama.
Imitaré tus trasparencia, infundiéndome valor  para aniquilar a esa  niña asustada que finge ser madura para su edad, y me dejaré ser,  para existir, si me dejas, contigo.

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