martes, 23 de noviembre de 2010

Buenos días.

Me inclino como la señorita que soy ante la taza del water y a punto estoy de sentir que no eres sino tú ante quien me estoy inclinando, acto seguido a punto estoy de pensar que no eres sino tú, encima de quien estoy vomitando.
Buenos días cielo. Me alegra verte otra vez aquí, tan lejos de nuestro lugar común.
Tan lejos de mis sueños, de mis temblores, de mi sofá, de tus huidas, y mi jugar al pilla-pilla- pies para qué os quiero- tras tu cara de luna llena.
¡Qué extraño se me hace verte en el fondo de mi water! Y mientras tomas mi mano, yo me pierdo en tu abrazo y tu me pierdes en tu memoria. Gracias por dejar que me ahoge en ese trocito de tu cerebro inundado con la cerveza del aleph de tus borracheras.
Buenos días cielo. Soy ese recuerdo del que nada quieres saber, soy la boca que te besaría hasta en el fondo de mi fosa séptica y jamás se atrevería a tirar de la cadena por miedo a lo que pudo ser hundirme contigo en el fango. Por miedo a perdeme esas noches de rutina y sexo mediocre en las que me imagino fingiendo orgasmos como nunca los supe finjir.
Mi ego se desfigura constante, cadencioso, cuando sonrío cada mañana y me estampo contra tu realidad, entonces empiezo por la extravancia, acabo por lo vulgar, me pido disculpas en tu nombre y me invento excusas para darte los buenos días y cubrirme con mi máscara de la suerte que se resquebraja con el eco de tu ausencia y mis desvaríos porque evidentemente tu ausencia no existe más allá de todas las veces que te he perdido entre arcada y arcada por aquello de la igualdad de condiciones, por esa manía tan tonta de buscarte hasta en el water, para que olvides mis palabras, te piense como se piensan los imposibles y dentro de lo posible evite buscarte a tí tras la bruma de tus ojos, tras la niebla que se amotina en el octubre de mis buenos días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario