domingo, 31 de julio de 2011

Cambio de Mobiliario

Aquel día, cuando me desperté, mi habitación estaba abarrotada de objetos de otra persona. Por eso decidí, en un alarde de melancolía que aquello que pertencecía a otro tiempo, a ese limbo de lo que ya sucedió, solo se merecía un lugar en el desván, en el interior de las ilustres cajas de tinte acartonado que robé en una esquina para la ocasión y lo que no me pareció digno de mención, quedó relegado al saco gris de desperdicios.
Se da como una suerte de bofetada a la intuición y entonces, cualesquiera de las cosas que se pavoneaban en su elegante pedestal de materia forjan en tu mente un retrato para la memoria, se crean puentes y quedan bien sujetos mis recuerdos, es en esto cuando deja de ser necesario el objeto que solo era un siniestro testigo de aquello que temíamos olvidar.
Las pequeñas botellas de Vodka y Ron que brillaban inútiles en sus estanterías y casi oliendo al vómito de mis primeras borracheras se vieron relegadas a la categoría de recuerdo, y en la cárcel de sus cajas jamás podrán evitar que olvide lo que se encuentra grabado en mi cerebro, como símbolo de una juventud anticipada. El símbolo que se hace objeto es entonces, parte del recuerdo que vendrá a posteriori. Un formalismo, quizás, aunque necesario al fin y al cabo.
De este modo, al hilo de una reflexión simbólica, es como tomé la determinación de encerrar algunas de las cosas del extraño que alguna vez habitó en mi habitación, siendo esa la inevitable asociaciación que hace que sea imprescindible no enterrar algunas cosas demasiado pronto, porque el tiempo jamás fué esa sucesión de acontecimientos que enseñan en la escuela y que siempre se acaba a asociando a la tenaz y amodorrada historia.
Para eso los significantes, para que a uno no le de un ataque de asma cuando el caprichoso cronos de sé la vuelta, se cierre el ciclo y la realidad nos golpee de bruces en cara.
Y sucede, claro que sucede, por eso se guardan las cosas que no se quieren ver, pero tampoco desechar, por si vuelven, a pesar del duro coste de la sensatez, siempre me pereció, lo menos, lo más audaz.
Por eso, por que hubo espacio para las cajas, no me arrepiento tampoco en absoluto, de aquello que tiré directamente, al cubo de la basura.

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