jueves, 23 de agosto de 2012

Arraigados a la tierra


“Y nos quedamos con el mar, con el océano azul que te envuelve en su nube de canela y hierbabuena, arraigados a la tierra en el centro del huracán de nuestras propias vidas”.

El proceso de deshumanización del primer mundo fue una cosa sencilla, como una concatenación de causas-efecto, la imagen del león hambriento y las barrigas hinchadas de los niños en desierto del Sahara. Una vacuna de sucesiones fotográficas contra el dolor ajeno bajo el filtro de la caja tonta, en primera o tercera persona. Todo comenzó con la gacela moribunda y débil, la historia de la cadena alimenticia, los fuertes luchando por su pedazo de carne  entre las áridas tierras de la sabana.  después sobrevino la muerte del débil   de acorde con las leyes del ciclo de la vida que nos incitan  a conformarnos con ese bucle de analogías incorrectas. Creer que al atribuirnos la medalla de la superación forjada con el oro de  la sangre de los otros estamos alterando a nuestro antojo el orden natural de las cosas que creímos aprender.

 ¿Cuáles son los elementos intrínsecamente humanos?
 Demos entonces con crédula inocencia, un paseo hasta la mente Scheler y las brillantes conclusiones de los neurobiólogos más expertos,  y entonces nos habremos desviado una vez más de la cuestión que nos atañe, Porque señores, el ser humano se ha perdido a sí mismo entre teorías absolutistas y el relativismo cultural, se pierde en términos más grandes que él y buscando vida en otros planetas, una vida, que posiblemente, resulte más fascinante si nos atrevemos a enfrentarnos a la miseria del vecino.
Nos pierde la soberbia ante el descubrimiento de un alienígena de siete patas, y andamos entretenidos buscando en el cielo aquello que deberíamos contemplar en el espejo del mar adoquinado de especies en peligro de extinción.
 Nos pierde la soberbia al creernos especiales e irremplazables.
Hemos dejado de ser conmovidos mientras luchábamos por conmover.
Hemos dejado de llorar, de empuñar armas y de cegarnos ante la más efímera de las pasiones.
 Nos hemos olvidado de peguntar y de sentir.  Hemos  cercenado la humanidad, el espíritu, y con él, poco a poco, irán cayendo la imaginación, la ideación y las artes.

 Nietzsche se equivocaba.
 Es el hombre quien ha muerto, y con él ha arrastrado a Dios a la tumba.

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