No se me ocurre pensar
en nada más leve que tu recuerdo.
En nada más efímero que esa sinfonía
marcada por el ritmo de mis noches
contigo.
Nada
hay más cruel que la luz del alba filtrándose por la ventana
enmarcando tu cuerpo con el candor de
las promesas cumplidas.
Y en ese mestizaje de sinsabores
sazonados con el brillo de tus ojos,
mi levedad se rompe.
Y es en esa pincelada de soles y
lunares que forja tu espalda
donde me desquito con el despegue de tu manos,
armas cargadas de horizontes y fronteras.
En la angustia del trascender a la
nostalgia y a los mitos
me anclo a tu olor allí donde debiera despegar mi barco.
Que lejanos, quedan entonces, otros continentes y otros cuerpos
y sin embargo acabo dejando atrás a las gaviotas.
Será por eso que desde que te conocí
-Desde que nos conocimos-
No he vuelto a ir a ningún sitio
Aunque afirmo con certeza, que aprendí,
-Que aprendimos-
a volar.
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