domingo, 31 de enero de 2010

Descuadrado.

Encuadro el marco torcido. La paded se vuelve angustia entre los lienzos desequilibrados y mientras pongo al derecho aquello que se empeña en estar doblado me visualizo adivinando entre ondas el tono de tu voz. Tan propio y ahora tan ajeno. Se desplazan lentamente hasta mi cerebro y allí explotan sometiendolo al delírio convertidas en miles de tonalidades naranjas: amanecer, albaricoque y fosforescente.

Agujas de relojes de bolsillo se empeñan en girar en sentido contrario al del resto de los sentidos donde el tic tac de entre los segundos acaba siendo ese beso que se perdió y que ahora queda anclado en la comisura de mi boca y se siente tan solo, tan perdido, que no se atreve a escapar de la carcel de mimbre forjada con el esparto de los corazones que alguna vez amé y descuartizé, trozo a trozo.
Prisión que creé para guardar todo aquello que jamás me atreví a entregar, como tu beso o el tono naranja de esa voz desquiciada por la locura de saberme rota y tan lejos. No puedes tocarme y si a saber si te pienso, o te has consumido ya entre las cenizas de los cigarrillos que fumé despues de aquel adiós que casi acaba en tragedia porque una guadaña de cristal se empeñó en degollarme y arrancar la única parte de mi cuerpo que aun es capaz de pensar en algo coherente cuando me pierdo en tu boca. Egositamente.
Cruje la decandente mesita de noche de mi habitación y de nuevo el cuadro vuelve a torcerse con la cadencia de un monosílabo. Ignoro lo inapropiado de mi causa y en la desesperación que sienten los que pierden todas las guerras me proclamo vencedora de la nada.
Mas de lo mismo.
"Ponme vaso de incerteza, y no te olvides del ron".

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