jueves, 20 de mayo de 2010

Entre las formas de las nubes.

Bien podrían las nubes sugerir formas sin jugar con la autosugestión, pasar por encima de ojos ajenos al mundo, despistando ideologías radares y desesperanzas por igual.
Con un toque de reloj te embauca la húmeda textura de su algodon, miras al cielo
y ¡ Cuánto desearias para siempre una cama sobre el crepúsculo donde ni los pájaros te engatusaran con su incesante trino!
El cielo es la tabla de salvación de los no tan débiles y Cenicienta lleva escrito en su destino
- Bien tejido por o para ella- eso de llegar tarde.
Hace mucho ya que el reloj tocó las doce y no quedan nubes o uvas en mi saco de la suerte, por eso me escondo detrás de decimonónicos tiempos verbales para llegar tarde a los clásicos pronombres como me-ti-contigo.
Y es que cuando pasas puntual por mi cabeza dejo que cualquier pensamiento te arrastre hasta hacerte desaparecer, como un recuerdo de tantos, el más perfectos de todos los trazos que alguna vez se me dibujaron en el pecho.
Borron, cuenta nueva.
Porque siempre supe que amar es algo que puede darse en presente y en pasado.
Cuando amas en pasado te envuelve ese olor dulzón del recuerdo y el autoengaño, sonríes arrastrado por la melancolía y dura lo que tarda en llegar un nuevo verano.
Despistarse mirando nubes es como amar en presente y cuando se mira de cara al ahora, el tiempo para el pasado ha dejado de ser necesario así, y por suerte, los errores, una vez modificado el instante no alterarán más que lo ya conocido.

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