miércoles, 5 de mayo de 2010

Verani-ego (O vera-niego)

Abres los ojos.
Máxima número uno: No volverás a dormir abrazando un cojín.
Tus párpados aún no responden al leve estímulo que tu muy abotargado cerebro pretende insuflar. Lo que aciertas a percibir como esa luz propia desprendida por la bruma de todo amanecer que se precie, acaban siendo los pocos rayos de sol que va dejando tras de sí el atardecer.
Con inusitada lucidez la intuición te dicta que tu noche, se ha extendido, eclipsando la baraja de opciones que propone el día, y se ha saltado, sin siquiera contigo, la madrugada.
¡Dichoso verano que se acerca a pasos de gigante y te aplasta con su meñique hasta hacerte desaparecer!
No hay nada más absurdo que ahogarse con el dedo pequeño de un pié fictício y metafórico, dejandote absorber por el suave efluvio que emanan los pliegues de un cojín espantosamente amarillo.
¿No es extremadamente detestable el amarillo?
Será que es el color de mi pueblo en verano, peor aún, el tono exacto de la yema de huevo. Inaceptable.
Los pollitos también son amarillos, y majos, aunque posiblemente me equivoque y sean seres salidos del mismísimo infierno.
Pollos/as aparte y volviendo al tema del cojinescepticismo-veraniego -siendo la parte del -ego la que más me preocupa porque implica que necesariamente que solo me atañe a mi- Tengo que confesar que se han ido, así, sin más. Mis ganas de abrazar cojines ( amarillos o no) han decidido hacer huelga -De vete a saber qué- y se han encerrado en una caja típica de sinsabores y sinsentidos.
Y ahora me toca a mí -será egoista pero no menos cierto- dormir entre almohadas y dejarme apabullar por la nubosa textura de su relleno de algodón.

Quizás en tu almohada, quizás tu textura...
...pero no.
Supongo que eso, si que no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario