martes, 3 de mayo de 2011

A mi Ipod

Justo ahora que ya no estoy perdida,aun parece ser que sigo jugando a perder todo lo que me importa.
Y este es un oficio en el que empecé a ejercitarme desde hace un tiempo ya.
Debe ser parte de una esencia o algo así. Tampoco es relevante el tamaño del sujeto, el tiempo transcurrido desde nuestro primer encuentro o la carga emocional del mismo.
Da igual. Es fugaz y finito, así que yo juego a hacerlo desparecer antes de tiempo, como si un detalle ínfimo pudiese retenerle durante poco más a mi lado. Y por supuesto está la dependencia, quedándonos entonces en el hilo de la levedad.
La primera vez que te vi todavía creía en los imposibles. Me brillaban los ojos del mismo brillo tuyo, de ese sin pulir de las cosas nuevas. Así que decidí colgarte de mí como correa y yo su perro, que te seguía a todas partes por el miedo de perderte, o a saber en qué cajón te habían escondido.
Desde entonces yo, te llevaba de viaje allá donde fuese, daba el igual si era Europa o el super de la esquina. En las tardes de estudio o cualquier parque en un paseo. Mis mañanas eran otras cuando llevaba mi correa.
¡ Las veces que te he bañado en las lágrimas de mis Febreros y las risas de mis otoños!
Las veces que te sonreía mientras tarareaba esa canción que casi parecía habías elegido para mi en ese presente que bajaba de la facultad.
Gracias corazón.
Has sido lo más leal que se ha cruzado en mi vida.

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