sábado, 10 de marzo de 2012

Place du Vêdome.

El caso es que puede ser que me la resbale.
Aquella tarde, cuando el fuego, se veía desde la plaza de Notre Damme como el humo iba ascendiendo a la altura del Louvre, y mientras la gente miraba a lo lejos, en aquella dirección, alguien comentó algo sobre las joyerías colindantes a la Place du Vendôme.
Yo hubiese apostado por una posible tormenta si no fuese por que el olor a cenizas, discordia y pánico colectivo empapaba el ambiente con eso del contagio y la empatía.
Dije que estuve allí, pero realmente no estaba, es decir, sabía lo del humo, pero no era capaz de verlo.
Más tarde pensé que quizás un neo-cesar con aires de pirómano, había acabado tan hasta las narices del pasotismo ilustrado y de los valores tan teóricos y poco prácticos del existencialismo, que había terminado por derramar una tonelada de gasolina sobre el Ritz para enviar al traste toda suerte burguesía consumista.
Pero no – Siempre tan mediocre la realidad- el caso venía dado por no-se-qué escape en el motor de un coche aparcado en un parking de tres al cuarto en los alrededores de la plaza. Nada grave más allá de las tropecientas sirenas y los quince millones de coches de policías.
De la misma forma que dije que estuve, ahora me tengo que retractar, puede ser que estuviesen las huellas de mis zapatos o alguna pintada distraída con mi nombre en uno de esos bancos de madera pero lo cierto es que en aquel momento era incapaz de ver nada. Y si no veía nada era porque yo, ya llevaba el incendio dentro.
Como tantas otras veces, pero nunca de la misma forma, ardía con sumo gusto mirando los rosetones de las iglesias y barajando las mismas hipótesis una, y otra, y otra vez.
“No dejes que no me importe” me repetía mientras el Parking de la plaza. Dame diez minutos que pueda arreglar el mundo desde mi rincón de la cama y entonces…
Entonces mi incendio será nuestro y podremos ver que sucede cuando se renace de entre los rescoldos.
Dame solo diez minutos.
No dejes que no me importe,
y déjame ver qué pasa.

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