viernes, 19 de abril de 2013

El aire de tus dedos


Y  aquí estoy otra vez, recordando que el día que conocí al chico de las casualidades lo mismo hacía sol que  de repente llovía, tronaba incluso.
Ahora, hace casi un año aún recuerdo su ingenuidad y sus ganas de enseñarme un mundo  construido a base de barras y estrellas. Un mundo al que yo jamás perteneceré.
Siempre recuerdo cómo se marchó en medio de una mañana nublada. Yo, que para muchas cosas  voy antes de tiempo, también abandoné la estación precipitadamente, con bastante antelación respecto del tren.
Y es que la despedida me resonaba como el caer de una losa, y no pude contener lo que era casi un vaticinio del  diluvio  con el que amenazaba la bruma de esa mañana.

Y siempre que por aquí vuelve a llover recuerdo como cortaban el aire sus dedos y como sentía su cariño en medio de todas mis contradicciones. Y es que veréis, el chico de las casualidades aparece siempre que algo va mal y siempre que abruma la tristeza.  No sé si él lo sabe pero  consigue arrancarme ese llanto que sonríe en medio de mis desvelos. Y es tan dulce su ternura que odio que el amor se me presente como no quiero y entonces casi parece una tortura autoinflingida.
Porque es cierto que podría refugiarme en lo que una vez sentí estando a su lado. Egoístamente inventarme mi castillo y juntar ganas para despegar y partir a conocer la tierra de las oportunidades. Pero no. No puede ser porque  conocí a alguien que nunca está cuando estoy triste y tampoco sabe que provoca la mayoría de mis lágrimas.  Si fuese consciente de ello, seguro que huiría lo más lejos posible hasta alcanzar otros puertos donde desnudarse. Porque a él detesta a los que lloran sin motivos,  Si bien yo tengo los míos, hay una especie de muro que hace que no los comprenda.
Y quizás nunca entienda que le quiero tanto que ni los sueños pueden competir con él.
Por eso es por lo que a veces se me olvida que el chico de las casualidades quiso coincidir conmigo cuando yo, todavía no pasaba por allí.

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