domingo, 22 de febrero de 2015
Parte v: Instante.
“Te tendré que matar cien veces, yo con mi única vida”.
“¿Por qué no me matas, chiquita?” debí matarte tantas veces como noches, debí cercenar tu cerebro y apabullarte con ideas raras. En nuestro juego, yo formaba parte de una banda de forajidos, y tú llevabas como un guante el papel de renegado. Ciertamente, no se me ocurre que pudieras ser otra cosa.
` Chiquita´, qué tontería, lo repetiste esta noche una y otra vez, con tu naturalidad implícita, me mirabas, mientras caía el rocío de tu sonrisa y yo me sentía a cada vez más y más pequeña. Y es en ese definirme que me siento extraña, como que la normalidad del gesto me asusta, siempre me sucede, que contigo el fenómeno de distanciamiento se multiplica, y nada es como podría. Quisiste contarme algo importante por el camino, pero no te dejó mi total y absurda dispersión. Pero sé cómo te sientes, tiene que ser horrible eso de cambiar de vida a cada paso.
Realmente volviste a por mí, y todas tus miradas me atravesaban, tan cerca en ese ascensor tan pequeño que te ponía nervioso hasta a ti. Es curioso cuando veo cómo no te vas del todo.
Me abrazas, te digo que te peines y me lo has repetido tantas veces que haces que me lo crea del todo: “Pero vuelvo, chiquita”.
Te espero, idiota.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario