sábado, 28 de febrero de 2015

Parte IV La normalidad

“Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente”.
Es curioso cómo se disfraza el mundo de atropellos, cuando a veces, todo es tan sencillo que cuesta imaginarlo de otra forma. Nos besamos, como un hasta luego, espontáneo, sin cautela, como si besarse fuese parte de la rutina en un pasillo inundado de bolsas de basura,  de zapatillas y percheros abarrotados con el devenir de chaquetones desfasados. Como si el gesto fuese lo más sencillo en un ataque nuclear, te acercas, y en tu abrazo, no quedan restos de otra cosa.
Son mis decisiones lo que tengo que sentir, y en un ataque loco de la furia de mi bola de cristal lo supe con certeza, estabas condenado al delirio de sentirte libre a mi lado, al delirio de mis manos en tu ombligo, a no querer marcharte,  a la libertad de mis platos rotos y mis noches en vela.  A mi círculo de andar buscándome entre las madrugadas.
Que digan todo aquello que quieran decir, te he sentido a mi lado cada mañana, he sentido tu discordia y tus desenfrenos. “Te siento temblar junto a mí, como una luna en el agua”.
 Y es mi mano,  quien no acepta consejos,  la que se parte en la parte de tu alma que anda muriéndose de miedo mirando de bruces a la soledad.
Mi mano, jugando en tu ombligo, mi mano en tu mano. Y un beso largo, carente de pánico escénico, en el centro de todo ese plástico resonando extraño, cuando lo que sí que era extrañamente extravagante, era lo otro, aquello que juraba ser todo lo demás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario