lunes, 13 de septiembre de 2010

El descenso.

Dime que has vuelto para que no tenga que volver a pensarte, para que pueda hacer de tí un tachón en mi lista de cosas pendientes.
Yo, la de las marionetas,elegí enterrar esa caricatura de tí mismo allí donde no pudiese siquiera adivinarte. Donde las señales y tu nombre jamás frenansen mi incesasante marcha a un centro en el que encontrar el sol, conocimiento y un sendero que pueda elegir.
¡Tú! Recalcitrante y fingido narcisista, me pertubas enviando anzuelos desde tu ataud, tan ficticiamente seguro, que de tu ingenuidad nace la certera intuición de mi pobre facultad para sentirte.
Enséñame como solo tu puedes, prescindiendo de escondites nihilistas que no aspiran a cubrir más que el eco de tu sombra, la manera más certera de cortar las cadenas que te atan a la grieta por la que una noche de verano te dejé caer.
Descubreme razones por las que quiera manejar tus hilos a mi antojo y no te condene al infierno
¿Qué derecho divino es ese que crees poseer para cuestionar mi criterio, para elucubrar sobre mis decisiones o antojos?
¿Dónde está la indiferecia con la que vestías tu risa de antaño?
No quiero de tí nada mío.
Jura, alza la voz que me sojuzga y grita, que si vuelves, será para quedarte, y que marcharás con la pretensión de volver, entonces yo, me quedaré contigo, aunque sea entre las sombras.

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