lunes, 27 de septiembre de 2010

Escondrijo o sudadera.

Acabas de llegar y lo de siempre. O lo de nunca, según se mire.
Ilusión en la mochila y pasos poco firmes al andar. La brújula de mis ojos ha perdido el norte y se desquicia con anomalías de la última noche del verano, un toque distinto de color, más verde como te pinto, más melancolía.
Nada que se haye más lejos que la antesala, despertar cinco minutos antes de la hora prevista y saber que uno puede volverse a dormir a pesar de los pocos, casi nímios,segundos de cama.
Cuando el otoño se acerque me aferraré a las palabras que empezaban a sobrar y que nunca nos dijimos porque ahora sé que si algo ha de permanecer, tendrán que ser las palabras aunque no sean las dichas en voz alta con voz de plata quebrada y corazón de tinta descosida. Así acaben siendo recuerdos impresos en este papel, Así sea nostalgia de mis noches contigo.
Que raras son las costumbres en las que uno no se acostumbra ni siquiera, a estar acostumbrado, que distantes los finales inconclusos que tienden a lo cíclico y congruente que puede convertirse en casi cualquier cosa, un orgasmo a medias y despertar a las ocho, clareando la mañana mientras los primeros rayos de luz se clavan -espadas- sobre la cama para empezar a descubrirte, risas y desearme suerte para no echarte de menos, ni reescribirte,ni términos medios contigo, ni muñecas bienvestidas.
El final se me planta en las narices, gira el picaporte y por arte de magia nada queda ya de la antesala, estoy fuera, embarrado hasta las rodillas y sí, se acabó, caput, hasta la próxima.

Repaso mis lecciones y la media luz enciende mi metáfora e ilumina mis sentidos, no existen los finales, solo principios, sin tu voz de medianoce, sin tus cadenas de bronce, sin tu arrojarme a la cama y silenciarme los gemidos cortando mis labios, con y sin todo eso, contigo o sin ti, solo se tratará de uno de tantos comienzos, el mío o el nuestro, pero siempre
comienzo al fin y al cabo.

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